En ruinas

En ruinas

lunes, 1 de junio de 2020

Ácido.

No puedo respirar,
se acumulan los llantos en mis costillas,
me ahoga el mar muerto de mi estómago,
ácido como el veneno que ingerí.

Me atormentan los reflejos,
las miradas melancólicas,
el grisáceo de las nubes
y los rayos de la tormenta creada en mi interior.

Hay sangre en las paredes,
salpicada en cada habitación,
venas rotas en mi brazo
y un murmullo seco entre mis latidos perdidos.

Aún se escuchan cada noche y,
al amanecer,
aparece aquel ángel
en lo más profundo de mi cabeza.

Corre, dice despacio,
vuela,
ahuyenta tus demonios,
libérate de una vez,
aléjate del espejo,
aléjate de tu propio ser,
huye a los bosques,
derrama más sangre a tu alrededor.

Entristecida me giro,
alejándome del espejo,
alejándome de mi propio ser,
y con el veneno ácido aún en mi saliva,
me fui con aquel ser negro,
pues pese a ser un ángel...
sabía más que nadie sobre la muerte.



lunes, 9 de marzo de 2020

Cuento de Halloween

Estaban todos formando un círculo en el suelo, admirándome boquiabiertos. Era 31 de octubre, también conocido como Halloween, y los amigos de mi sobrino, tras disfrazarse y pedir caramelos, se quedaron en mi casa a dormir. Siempre me ha gustado esta fiesta y no tuve impedimentos en contarles una historia de miedo. Todos, expectantes, observaban  atentos cómo comencé a hablar...

Jessica vivía en una casa bastante amplia e iluminada, con cortinas de lino y muebles de caoba. Su marido,  Peter, se mudó con ella tras casarse. Ambos estaban muy enamorados y comenzaron a vivir su momento de ensueño. Al principio todo iba bien: hacían actividades juntos, comían juntos, bailaban, reían... 
De repente, un día todo cambió. Era una fría noche de noviembre, el viento resonaba en las ventanas y la bruma se colaba por las pequeñas grietas de las paredes. Jessica dormía plácidamente cuando, súbitamente, se despertó por un grito colérico. Al mirar a su izquierda notó que su marido no se encontraba junto a ella en la cama. Asustada, pensó que el estruendo lo había ocasionado él y corrió rápidamente en su ayuda. Peter estaba ahí, impasible frente a la puerta principal. Se giró lentamente hacia su mujer y, cuando lo hizo, ella se percató que algo había cambiado en su mirada: sus ojos gises chispeaban con una rabia nunca antes vista, su boca formaba una sonrisa burlesca, irónica, y su piel, normalmente teñida de un moreno bronceado, se encontraba pálida como la nieve. "Cariño, ¿estás bien?", preguntó Jessica asustada. Lentamente y con una voz casi muda Peter dijo: "Tan solo he abierto la puerta". "¿Y quién era?", siguió inquiriendo Jessica. "Un amigo tuyo, o eso ha dicho." Y, tras decir estas palabras, Peter se desplomó en el suelo. Jessica, asustada, fue a socorrerle mientras este abría los ojos poco a poco. Pero ya no era él: el brillo de sus ojos había desparecido y su voz, antes armoniosa, se había convertido en un cántico oscuro y gutural, proveniente del mismísimo infierno. Fue entonces cuando, ella, se dio cuenta de que su marido había muerto y, en su lugar, alguien, o algo, había ocupado ese cuerpo vacío. 

Los días pasaron, la vida se convirtió en un infierno personal. Todas las noches, al caer el sol, Jessica temía por su vida. No conseguía dormir, esperando que, en cualquier momento, aquello que se había apoderado de Petter le fuese a matar. 
Durante el día las cosas no mejoraban: los platos volaban, las paredes crujían y Jessica se caía por las escaleras cuando "algo le empujaba por detrás". Sin embargo, nunca había nadie tras ella. 
Petter se escondía por la casa: aquello que le había poseído iba cada vez a peor y ella no era capaz de contárselo a nadie pues, ¿quién le iba a creer?
Intentó buscar soluciones: rituales, exorcismos... pero nada era capaz de hacer que aquella alma —o lo que fuese— descansase en paz, y ella cada vez estaba mas exhausta. Tenía miedo de su propia casa; tenía miedo de él, o de lo que sea se había apoderado de su cuerpo.

El tiempo corría y la piel de Jessica cada vez era más morada y negra. Las cicatrices ocultaban su dolor interno y la sangre brotaba de su garganta cada noche cuando, gritando, pedía a aquel ser inerte que se hacía pasar por su marido que dejase ir su alma. Así pasó hasta que, una noche de luna llena, todo cambió. Jessica se armó de valor y, cuchillo en mano, e lanzó hacia el pecho de Petter. Este gritó con todas sus fuerzas y, sin tocarla, la lanzó contra la ventana del comedor. Los cristales rotos se clavaron en lo poco que quedaba de su carne, pero esto no fue suficiente para pararla. Mientras Petter vociferaba insultos y palabras en otras lenguas desconocidas para la humanidad, Jessica se levantó y, con sus últimas fuerzas, clavó el arma en su corazón. La sangre negra comenzó a brotar de la herida mientras, este, cogía a Jessica del cuello y la levantaba del suelo. Su pelo se tornó negro y su piel de un color rojizo como el fuego y, preso de la desesperación, la soltó. Las llamas salían de su cuerpo mientras sus ojos se volvían negros y vacíos como la nada; sus manos se disipaban con el viento mientras sus últimos gritos entonaban una melodía final, una despedida macabra en forma de perdón y arrepentimiento. Fue ahí cuando, entre murmullos y voces roncas como el diablo, Jessica entendió una única frase: "lo siento". Y entonces, por fin, pudo despedirse del alma de su marido, de su verdadero Petter. 
El sueño le vencía y los ojos se cerraban ante la escena presenciada; ya no quedaban más razones para vivir, pues una parte de ella también había muerto con él. Y, de esa manera, se dejó llevar por el sueño de la noche mientras un viento frío, similar al de aquella noche, recorría su cuerpo magullado con la bruma escondiendo los últimos fragmentos de su alma.

Algunos de ellos se encontraban boquiabiertos, otros, sin embargo, intentaban reprimir alguna que otra lágrima de puro terror. Tras ver sus reacciones, cerré la sesión de historias, alegando que ya era demasiado tarde. Todos se tumbaron en los sacos de dormir mientras yo apagaba lentamente todas las velas encendidas por la habitación. Justo antes de irme, le di un beso en la frente a mi sobrino: Sam ya no era un niño y era hora de que comenzase a creer en algunas historias de miedo, pues algunos demonios eran verídicos y no eran precisamente algo sobrenatural.
Estaba ya dispuesta a irme cuando oí una voz lenta y suave en forma de susurro, una frase que, con solo cinco palabras, provocó un tormento de emociones, una frase que se grabó en mi cabeza y humedeció mis ojos: "Fuiste muy valiente, tía Jessica".







miércoles, 12 de febrero de 2020

Fin

Suspiro.
Se oyen los latidos de mi corazón.
Suspiro más fuerte.
Derribo muros en mi cabeza que, 
al caer, 
hacen más ruido.
Miro.
Miro aquello que me rodea, 
teniendo la sensación de que,
al final, 
nada fue real.
Miro más detalladamente.
Me acerco a mis demonios y, 
con una sonrisa en la cara, 
los enfrento.
...
De repente se vuelve todo oscuridad
y me doy cuenta de que 
nunca pude contra ellos, 
que, 
realmente, 
solo se alimentaban en silencio, 
suspiro tras suspiro, 
mirada tras mirada, 
para, 
al fin, 
terminar devorándome a mí.

[Suspiro...
pero ya no se oye ningún latido.]