Mientras él recorría las
calles de la ciudad de los muertos, pensó en aquel día fatídico el cual jamás
podría olvidar. Recordó sus palabras, recordó el dolor que conllevaba en estas,
pero sobretodo recuerda cuántas lágrimas se derramaron aquel día.
-Mu…mu…¿muerto?
-Muerto. De pies a cabeza. De cabeza a pies. Lo que
ves es mi alma. Mi alma maldita, he de decir.
-¿Perdón?
-Se que parece increíble, pero es verdad. Morí hace
años en un accidente de avión. 25 de mayo de 1945. Llegué a la ciudad e los
muertos, atónito y estupefacto. Había oído en vida algunos cánticos para vender
el alma al diablo a cambio de alguna cosa, y se confirmaron cuando uno de los
míos me lo contó. Habló de una especie de canción que solo los demonios podían
escuchar. Aquella canción era la puerta al mismísimo infierno. Yo era tan joven
y tan inexperto, y estaba tan asustado, que no dudé ni un minuto en realizarlo.
Invoqué aquella canción, la invoqué con todas las fuerzas que un alma puede
tener.
Quién tendrá que abrir
Los sueños de la niña
Quién oirá descubrir
Lo que un día me dijo
Es un árbol sin color
El mar me dio su alegría
El perder el amor
De toda su mentira
Alza voces del cristal
El inframundo va ha cantar
Comienza la soledad
Comienza la fantasía
15 notas te diré
Cada melodía
En esta mansión yo tendré
Un poco de sintonía
Solamente cree en Dios
Si aquel tiene manos frías
El calor de mis manos
Te dejarán llevar
Si tú cantas esta canción
Tu alma me llevaré
En esta casa del terror
Tú serás un peón
Frente a mi dolor
Tú alma pide perdón….
Frente a mi corazón
Que se va junto a tu vida….
>>Y aquí estoy. Amándote. Jamás había amado a
alguien como lo he hecho contigo. Por eso siempre estoy de viaje. Por eso solo
aparezco en invierno. Pero ahora, hay algo que puede devolverme la sonrisa en
mis meses corpóreos; tú.
>>No bromeo. Nunca bromearía con tal cosa. Si
no me crees… mira.
Él rompió el espejo en pedazos y se clavó el trozo
más afilado en el hueco de su corazón. Ella dejó escapar un grito ahogado. Ella
observó que no sangraba, que no moría…porque ya lo estaba. Ella comenzó a
llorar. Ella le abrazó. Ella le besó. Ella le susurró:
-Yo te haré compañía en tu maldición.
Pero el posó uno de sus carnosos dedos en los labios
de ella y le dijo:
-Jamás dejaré que hagas tal atrocidad.
Ella estaba agotada de todo
aquello, y él lo sabía. Pero jamás hizo nada. No hizo nada para evitarlo. Para
evitar aquello.
Aturdido andaba por las
calles muertas, literalmente, de aquel mundo muerto, olvidado, en el cual
yacían las almas de los que todavía podían ser felices. Quizá jamás encontraría
aquello. Quizá jamás lograría llegar a tiempo para salvarla. ¿De qué merecía
pues, vivir en aquella maldición si no estaba ella junto a él? Él sabía que
había cometido un error: haber dejado que ella se enamorara de él.Nota de la autora: La continuación la publicaré dentro de unos días. Gracias por leerme.