En ruinas

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viernes, 28 de junio de 2013

Él y ella, oscuridad (chapter 4)


Mientras él recorría las calles de la ciudad de los muertos, pensó en aquel día fatídico el cual jamás podría olvidar. Recordó sus palabras, recordó el dolor que conllevaba en estas, pero sobretodo recuerda cuántas lágrimas se derramaron aquel día.


-Yo estoy muerto.
-Mu…mu…¿muerto?
-Muerto. De pies a cabeza. De cabeza a pies. Lo que ves es mi alma. Mi alma maldita, he de decir.
-¿Perdón?
-Se que parece increíble, pero es verdad. Morí hace años en un accidente de avión. 25 de mayo de 1945. Llegué a la ciudad e los muertos, atónito y estupefacto. Había oído en vida algunos cánticos para vender el alma al diablo a cambio de alguna cosa, y se confirmaron cuando uno de los míos me lo contó. Habló de una especie de canción que solo los demonios podían escuchar. Aquella canción era la puerta al mismísimo infierno. Yo era tan joven y tan inexperto, y estaba tan asustado, que no dudé ni un minuto en realizarlo.
Invoqué aquella canción, la invoqué con todas las fuerzas que un alma puede tener.

Quién tendrá que abrir

Los sueños de la niña

Quién oirá descubrir

Lo que un día me dijo



Es un árbol sin color

El mar me dio su alegría

El perder el amor

De toda su mentira



Alza voces del cristal

El inframundo va ha cantar

Comienza la soledad

Comienza la fantasía



15 notas te diré

Cada melodía

En esta mansión yo tendré

Un poco de sintonía



Solamente cree en Dios

Si aquel tiene manos frías

El calor de mis manos

Te dejarán llevar



Si tú cantas esta canción

Tu alma me llevaré

En esta casa del terror

Tú serás un peón





Frente a mi dolor

Tú alma pide perdón….

Frente a mi corazón

Que se va junto a tu vida….


>>Una niña surgió de aquel cántico. Era tan irreal, tan perfecta, tan delicada… y a la vez tan mortífera. Ella me condujo hasta el altar del mismísimo Lucifer, e hice mi propuesta. Vender mi alma a su servicio, por volver a vivir. Él me explicó que no podía devolverme la vida durante todo el tiempo, pero que sí podía hacerlo en algunos momentos determinados, y que a cambio en el tiempo que estuviese sin vida, tendría que acarrear tareas demoníacas; tareas de Lucifer. Jamás pensé que podría mandarme semejantes atrocidades. Por eso acepté. En invierno, yo recobraría mi cuerpo, mi alma. Durante ese tiempo yo sería un humano… un humano maldito. Un humano oscuro. Un humano inconsciente. Un humano que debía pagar por sus injusticias. Un humano con sentimientos. Un humano con malvados sentimientos. Una eternidad de duro castigo, a cambio de unos meses corpóreos. Un precio injusto; durante el invierno yo tengo sentimientos…durante el invierno me castigo por mis crímenes del pasado.
>>Y aquí estoy. Amándote. Jamás había amado a alguien como lo he hecho contigo. Por eso siempre estoy de viaje. Por eso solo aparezco en invierno. Pero ahora, hay algo que puede devolverme la sonrisa en mis meses corpóreos; tú.

>>No bromeo. Nunca bromearía con tal cosa. Si no me crees… mira.
Él rompió el espejo en pedazos y se clavó el trozo más afilado en el hueco de su corazón. Ella dejó escapar un grito ahogado. Ella observó que no sangraba, que no moría…porque ya lo estaba. Ella comenzó a llorar. Ella le abrazó. Ella le besó. Ella le susurró:
-Yo te haré compañía en tu maldición.
Pero el posó uno de sus carnosos dedos en los labios de ella y le dijo:
-Jamás dejaré que hagas tal atrocidad.


Pudo sentir su dolor en aquellas lágrimas. No debería de haberla dejado quedarse con él. Los primeros años los pasaron enamorados, ardientes. Los años que le secundaron no fueron tan expectantes. En cuanto él dejaba de sentir, ella dejaba de hacerlo también. En invierno él se torturaba, y la torturaba a ella. Le decía cosas sin sentido, la dejaba vagar sola por aquellas habitaciones que tanto ocultaban. En los meses en los que él debía sentir, ya no sentía nada. Aquello se había convertido en un infierno solitario; un infierno de dos.
Ella estaba agotada de todo aquello, y él lo sabía. Pero jamás hizo nada. No hizo nada para evitarlo. Para evitar aquello.
Aturdido andaba por las calles muertas, literalmente, de aquel mundo muerto, olvidado, en el cual yacían las almas de los que todavía podían ser felices. Quizá jamás encontraría aquello. Quizá jamás lograría llegar a tiempo para salvarla. ¿De qué merecía pues, vivir en aquella maldición si no estaba ella junto a él? Él sabía que había cometido un error: haber dejado que ella se enamorara de él.

Nota de la autora: La continuación la publicaré dentro de unos días. Gracias por leerme.

 

jueves, 27 de junio de 2013

Él y ella, oscuridad (chapter 3)


Ella se dispuso a entrar en aquel reino donde el invierno jamás llegaba y en donde el sufrimiento se hacía latente.
Un alma vendida.
Ella conocía ese mundo mejor que nadie. Ella conocía su propio infierno del que jamás podría escapar. Recordaba aquel día en el que todo se tornó gris…
Aquel día decidió que él sería el amor de su vida. Su pasión era tan ardiente como el mismísimo infierno. Él estaba allí, esperándola. La besó por vez primera. Antes de entrar en aquella casa, observó cómo las gotas caían lentamente en aquel mar que tanto le agradaba. Le recordaba a ella, tan fuerte y tan soberbia, tan rebelde y a al vez tan elegante. Miró el cielo cubierto de poderosas nubes grises; era el principio del invierno.
En cuanto entraron, ella le volvió a besar. Este fue un beso cálido y rebosante de alegría. Subieron las escaleras hasta llegar a una habitación. Ella se mordía el labio, nerviosa ante tal expectación. Él comenzó a desnudarla lentamente mientras ella hacía lo mismo con él. Se sentía como en una nube. Ella le revolvió el cabello mientras dejaba que sus almas se juntaran. Sudorosa, pronunció en la oreja de él un simple y corriente te quiero, pero tan cargado de pasión que hasta los ángeles quedarían atónitos ante tal espectáculo. Las miradas eran puro fuego. Él sonreía. Ella sonreía.
Después de dos horas, ella yacía feliz en la cama, mirando pensativa hacia el techo. Pensaba en lo que podrían hacer de ahí en adelante. Matrimonio, hijos, una vida feliz…
Pero, en cuanto la ropa tapó el secreto que tanto estuvieron escondiendo hasta aquel día, ella notó en él un atisbo de preocupación.
-¿Qué pasa cariño?
-Yo… yo… no puedo aguantarlo más. He de ser sincero contigo. He de serlo. He de serlo… Yo… yo…
-Tú…
-Yo… no tengo cuerpo.
Ella lo tomó como un chiste. Se rió. Pero dejó de hacerlo en cuanto vio que él no lo hacía.
-¿Qué quieres decir?
-Yo estoy muerto. 
Después de aquellas palabras, no recordaba nada que le hubiese producido tanto dolor. Aquella maldita maldición…aquel maldito mentiroso…
Pero ella le amaba, al fin y al cabo. ¿Qué por qué había decidido vender su alma al diablo? Porque ya no aguantaba más. Aquel dolor invernal. Aquel dolor año tras año. Aquel sentimiento muerto.
Ella todavía le amaba…¿pero a qué precio?

Nota de la autora: La continuación la publicaré dentro de unos días. Gracias por leerme.