En ruinas

En ruinas

domingo, 17 de febrero de 2013

La lucha contra el destino


Tuve la mala suerte de nacer chica. En mi mundo, las chicas no son más que simples criadas, simples obreras trabajadoras. Me recuerdan a las hormigas: pequeñas criaturas que recolectan y guardan todo su trabajo para una persona que no hace nada. Lo único que nos diferencia de ellas, es que la que recibe todo el beneficio es una chica; la reina. Pero ahora no estamos hablando de las hormigas, sino de las personas en sí. En mi ciudad las mujeres no pueden ir vestidas como quieren, no pueden dejar entrever su pelo, ni tan siquiera pueden hablar sin que se les permita. Y, cómo no, nos dirigen los hombres.
Se que no soy más que una simple mujer en manos del mundo, a quien pueden controlar, pero algún día, todo esto cambiará.
Y, con estas reflexiones, me acordé de un pequeño cuento que me contaba mi abuela de niña. Creo que comenzaba….

La mujer del árabe nunca habla, solo escucha. La mujer del árabe nunca deja entrever sus encantos de mujer, solo tapa sus bellezas. La mujer del árabe es dirigida por el árabe. Pero existió una vez, una pequeña. Su nombre era… Aamaal, que significa esperanzas, aspiraciones. Esa chica creció en el entorno más desagradable que ha existido aquí. Su padre, era el hombre más respetado de la ciudad, ya que cumplía las leyes árabes con mucha minuciosidad. Y ella, por desgracia, vivía de su malicia. Un día, le pidieron al padre un favor; buscar esposa para el hijo de un gran amigo suyo. Y sí, la eligieron a ella. Sus rasgos eran finos y delicados, su pelo-siempre tapado, he de decir- era de un asombrante color dorado, y sus ojos eran cristalinos cual agua de arroyo; no eran los rasgos característicos de una niña árabe. Su padre lucía orgulloso de ella por toda la ciudad, y más aún cuando dio a conocer la noticia de su prominente matrimonio. Todos esperan, expectantes, el gran acontecimiento. Por fin habían casado a la pequeña niña de tal personaje público. Y llegó el día de la boda. La niña, pobre incauta, solo tenía 15 años, y no pretendía casarse. Su inteligencia sobrepasó los límites de nuestras leyes, e ideó un plan. Consiguió las serpientes en el bazar Negro-lo llamaban así por vender objetos o materiales ilegales- y las preparó. Con tan solo unos días, las había domesticado; tenían una importante misión.
Como cabía esperar, acudieron al acontecimiento más de la mitad de la población que residía en dicha ciudad. La niña, esperó. Cuado se colocó justo en el altar, silbó. Todos los presentes quedaron atónitos ante tal acto, pero nadie dijo nada. En cuestión de segundos, las decenas de serpientes bajaron de las paredes, salieron de sus escondrijos más ocultos, y aterrorizaron a la gente. Aamaal estaba riéndose a carcajadas, y su esposo huyó atemorizado. En ese momento, ella escapó por la puerta principal, y jamás se le volvió a ver por ahí.


Y, así, terminaba el cuento. Lo que quería explicar mi abuela era que Aamaal, siendo una chica, fue más inteligente que los que presenciaron la boda en su estado más dramático. Aamaal huyó por vivir en un mundo mejor, desafiando las leyes árabes con toda su integridad. Ella, fue la primera chica árabe que escapó de su destino, eligiendo por fin su meta. Cada vez que escuchaba ese cuento, sonreía. Me recordaba que, aunque los chicos fuesen nuestros dueños, nosotras teníamos algo que ellos no tenían: un espíritu luchador.

Vivo en un destino impuro

Que quizá no sea cierto, o irreal. Es un destino impuro, es un destino que no puedo palpar, ni tocar... Es un destino quizá sincero, quizá injusto, pero es mi destino, mi futuro.
Cuando vuelas, cuando de verdad vuelas, y duermes con una sonrisa; no temas, la sonrisa se irá. Esa noche dormirás mirando en el vacío, intentando buscar las respuestas a tu soledad. 
Noche. Mañana. 
Quizá ya no sea de noche...quizá ya no habrá un mañana. 

Impuro es la palabra, porque puede hacerme feliz...y a la vez verme llorar. Puede jugar con mi alma. ¿Pero qué se yo, si solo soy una triste víctima de él?